Julio Energía (1951-2017) era un artista urbano, un poeta rabioso, un héroe de la clase trabajadora. Un leonés notable, ilustre, si nos permiten. Al nacer, le pusieron Julio Muñoz Bermúdez, pero su nombre verdadero era Julio Energía; porque eso era: puro vigor, pura entrega. Fue un artista total, que vivió para la música y la creación.
En esta ciudad, León, Guanajuato, el olvido es el común denominador: las leyendas se olvidan en las callejuelas, las generaciones pasan con prisa ante la historia. Si uno no es futbolista (de apellido europeo y sangre porteña) no tiene cabida en la zona de monumentos. Julio Energía fue un artista en una ciudad filistea, inmediatista, que es fanfarrona e insegura en la misma proporción, como un bravucón de esquina.
No fue un virtuoso técnico, ni un iluminado. Fue un tipo trabajador y terco, ávido de aprender y avanzar, que luchó contra sus circunstancias; un autodidacta contagioso como virus, uno de los Grandes Entusiastas de su tiempo. Contradictorio, sí, como todo aquel cuyas experiencias van de lo sublime a lo tremendo, se enfrascó en polémicas y las zanjó con nobleza. “Odio la violencia” era su lema. Y lo complementaba diciendo: “Y amo la música”.
Julio Energía fue un enamorado del rock. Con esto queremos decir: Julio Energía fue un precursor. Cambió el taller de zapatos por el local de ensayo, la Biblia católica por la poesía beat y las letras de los Beatles. Pero mientras que para los chicos popof eran un pretexto para bailar y ligar, para Julio fueron algo más: una iniciación a un mundo de posibilidades, a una nueva manera de vivir.
El ritmo del roc lo volvió orate y vivió varios años para aporrear tambores y escribir letras de protesta. Era un baterista salvaje. Se sentaba en el banquillo y se transformaba. Nunca tuvo una batería propia, practicaba con botes y palos; pero en cuanto se subía a un escenario, todo se olvidaba. Todas las baterías eran suyas porque el instrumento es de quien lo domina. Le gustaba hacer solos, lucirse, extender las canciones, cantar mientras aporreaba cueros porque sí. Comenzó interpretando, pero pronto quiso probar lo siguiente: componer. Y aunque nunca fue un hacedor de canciones clásicas (ni un hacedor de canciones clásico), siempre defendió la creatividad. Abogó por ella. “Ya basta de tanto copiar” le decía al nutrido grupo de jóvenes que comenzó a seguirlo: “O haces tu propia música o haces trampa en el juego. Y hacer trampa jamás será la manera de ganar”.
El ritmo del roc lo era todo. El ritmo del roc era, justamente, la energía de su nombre.
C/S.