Ringo Starr regresó a México. Por fin. La última vez fue en 2013 y luego se cruzó una pandemia que lo alcanzó: después de aplazar y aplazar sus fechas anunciadas en 2019, primero por el confinamiento y luego, muchos meses después, porque él mismo contrajo el virus —¡dos veces!—, hubo una larga pausa. Él siguió lanzando EP’s y apareciendo en nuestras pantallas, tan Ringo como siempre. Pero, la verdad, acá lo extrañábamos…
Su All-Star Band no ha cambiado en diez años. Y a pesar de que en ese mismo periodo lanzó cinco discos extended play —Zoom In (marzo 2021), Change the World (septiembre 2021), EP3 (septiembre 2022), Rewind Forward (octubre 2023) y Crooked Boy (abril 2024)—, un álbum en vivo —Live at the Greek Theater 2019 (noviembre 2022)—, tres álbumes de estudio —Postcards from Paradise (marzo 2015), Give More Love (noviembre 2017) y What’s My Name (octubre 2019)— y un buen puñado de colaboraciones, Ringo no lleva ninguna de esas canciones de gira. Es decir, que tiene una setlist fija, repleta de grandes éxitos que el público puede corear, que apenas cambia.
Su banda apenas se ha modificado desde esa última travesía del Sr. Starkey a nuestras tierras: perdió, alás, al gigantesco Todd Rundgren y a Gregg Rolie; permanecen Colin Hay (Men At Work), Steve Lukather (Toto), Hamish Stuart (Average White Band y, cómo no, guitarrista y bajista de Paul McCartney en su New World Tour que alcanzó México en 1993), Gregg Bissonette y el multitalentoso Warren Ham. Su grupo suele incluir al mítico Edgar Winter en los teclados, pero por causas de fuerza mayor no nos visitó y lo suplió Buck Johnson (Aerosmith). Como sea, el centro de gravedad permanente siempre ha sido Ringo y, haciendo honor —como siempre— a sus ideas espontáneas, se adapta al dictado blando del baterista más célebre de todo el pop, que sigue en activo y llenando foros y eso. Cómo no hacerlo.
Ringo nos citó en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México el miércoles 5 de junio y el jueves 6. Nosotros fuimos a la primera fecha. Y qué bueno que lo hicimos…
¿Es México el lugar más beatle del mundo? Parece, de inicio, una pregunta absurda: claro que no. Aquí no está The Cavern ni Strawberry Fields (ni siquiera el triste pero intenso sucedáneo neoyorquino) ni Penny Lane ni el río Mersey, acá no está Abbey Road ni el Albert Gall, no se habla el idioma de los Beatles y, si acaso, jamás se pronuncia como en aquel norte porteño ni se entiende bien el scouser.
Pero, según números de la era digital —lo que sea que ello signifique—, es la Ciudad de México el lugar que más escucha a los Beatles en todo el mundo. Es decir, que nadie hace más clics en vídeos y canciones de los de Liverpool que los que viven en la capital de México y, por extensión, los que rodean esa ciudad situada en el ombligo de un país de forma caprichosa (que a su vez, según sé, es el ombligo del mundo: claro que lo es). No conozco el mundo entero, muy lejos de hacerlo, pero sí podría asegurar que aquí en este país los Beatles son cosa seria. Mi abuelo paterno, un tipo tradicionalista, que en su juventud cantó para un trío, amante de los boleros y desdeñoso de cualquier expresión artística ajena a su comprensión, les llamaba desde los años ‘60 —con sorna pero, al mismo tiempo, completamente intimidado— “los mariachis de Liverpool”.
¿Las otras ciudades que siguen? Santiago de Chile, Los Ángeles, Londres y Lima. No me siento capacitado para hacer juicios sobre esto. Si alguien puede ayudarme, bienvenido.
Ahí estábamos, entonces, en la Ciudad de México, la capital del país que incorpora a los Beatles a su cultura vernácula como si nada, que les tiene incluso un nombre adaptado (no son The Beatles, son los Bitles), porque justamente somos nosotros los que hemos fundado y perpetuado este fenómeno.
Viajamos por la mañana desde León hasta una Ciudad de México que nos recibe bien, con un clima de 30 grados que ya se agradece —en plena ola de calor y sequía en el Bajío, eso ya es un respiro, ¡imagínense!—, comida vegetariana de banqueta y café negro. Hay que estar listos para Ringo. Yo llevo esperanzas: sé exactamente qué va a tocar, casi puedo adivinar lo que va a decir al público y, sin embargo, el nerviosismo es total. La vez anterior, Zapopan, Jalisco, 2013, llevé a mi madre al único concierto al que hemos ido juntos en nuestra vida adulta; lo pasamos fenomenal. Ahora voy con Fa, the other half of my sky, quien nunca ha visto a Ringo y ha pasado de ver el setlist de la gira en línea: va por la sorpresa. Así mejor.
Es un viaje especial por muchas cosas. Y para rematarlo, visitamos por primera vez Abbey Rock, la tienda de los Beatles, de Ricardo Calderón, a quien también saludamos en persona por fin. La influencia de Ricardo no puede subestimarse: la revista beatle Seguimos Juntos, que editó en los años ‘90, fue piedra de toque de mi formación musical y, por tanto, vital. Sus programas, primero en la radio, luego en Sónica TV, ahora en Facebook Live, han sido también cruciales para mantenerme al día en las cuestiones sobre los Beatles y lo que sucede en México alrededor de ellos. Si volvemos a las estadísticas de las que hablaba más arriba en el texto, quizá tenemos aquí a uno de los principales responsables de esos números.
Abbey Rock es más que una tienda. Es museo, monumento y centro comunitario. Vaya cosa. Pasamos un buen rato deslumbrados y, al final, nos llevamos algunos fanzines holandeses e ingleses para la colección. Nos despedimos prometiendo regresar (y a Ricardo nos lo encontramos más tarde en el Auditorio Nacional). Por recomendación de Jesús Nieto —siempre el mejor para estos asuntos— doblamos la esquina para ir a Under The Volcano, una librería de gringos expatriados que vende libros en inglés. La excursión obligada de discos y libros incluyó otras paradas, pero debo admitir que el pequeño hito fue esa visita a Abbey Rock.
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El grupo saltó a escena cinco minutos después de la hora. Ringo entró corriendo, porque 83 años son nada, poseso por el espíritu de Billy Shears. Comenzó con “Matchbox”, con ese rock’n’roll que dio inicio a todo a través de esos discos traídos por los marineros al puerto de Liverpool, con esos sonidos rebotando por las calles del Dingle.
Repasó los éxitos de sus compañeros de banda: “Rosanna”, “Africa”, “Hold the Line” de Toto; “Down Under”, “Overkill” y “Who Could It Be Now” de Men at Work; “Pick Up the Pieces” y “Cut the Cake” (en la pausa que Ringo aprovecha para refrescarse) de la Average White Band. Cantó las canciones por las que todos estábamos allí: “It Don’t Come Easy”, “Boys” “Yellow Submarine”, “I Wanna Be Your Man”, “Photograph” y “With a Little Help from My Friends”. Espectacular, siempre, escucharlas en vivo. Pero ahora remató con “Back Off Boogaloo”, “I’m the Greatest” —temazo que nos debía y que compensó por los 50 años de Ringo, su obra maestra lanzada en 1973— y “Octopus’s Garden”. Deuda más que saldada.
Ver a un beatle en escena siempre es especial. Y el público mexicano se lo hizo saber a Ringo. Es un animal de escena, lo sabemos, pero esa noche yo lo vi como nunca: alegre, brincón, energético, impresionado. Recibiendo y dando good vibrations. Encantado de conocerse. Pasmado por la audiencia mexicana —porque habíamos de todo: cuántos hicimos el viaje desde otras ciudades, incluso algunos cruzando fronteras, para estar ahí con él— que en noviembre también llenó a Paul McCartney de júbilo. Vi a Ringo siendo ese Ringo que veíamos en las películas y en los videoclips de los Beatles, con esa sonrisa bribona y esa joie de vivre que le hizo el favorito de muchos.
Esa noche estuvimos con el Ringo de The Cavern, con el del estudio 2, con el del Shea Stadium y con el de aquella azotea en Westminster; con el que llevaba el anillo ritual y con el que apretó el botón rojo; con el que (casi) reunió a los Beatles en 1973 y con el que actuó en The Magic Christian, Blindman y The Caveman, otra de las cosas que hacen a Ringo de culto en este país. Estuvimos con el Ringo añejo pero nunca viejo que ha girado por el mundo llevando buen rollo y amor-y-paz y también con el abuelo orgulloso no sólo de su descendencia de sangre, sino de numerosas legiones de fanáticos del pop, del rock, de la música del siglo XX que persiste y persistirá.
Esa noche vimos a todos esos Ringos. Esa noche vimos al único y original Ringo Starr.
¿Me imagino un concierto de Ringo en el que canta, sin miedo, “La De Da”, “Vertical Man”, “Without Understanding”? Claro, es mi gran fantasía desde que en 1998 su álbum Vertical Man reconfiguró mi aún infantil cabeza justo en la resaca de las Anthology de los Beatles, Flaming Pie de Paul McCartney y la antología de Lennon y su Wonsaponatime que no quité del estéreo por meses; bueno, sí lo hice, justo para poner a Ringo y a los Beatles mediados por “Free As A Bird” y “Real Love”: mi beatlemanía era tan genuina y sustentada como la de esas morras que dejaron sus pulmones en el show de Ed Sullivan en febrero de 1964, o eso creo, no sé.
¿Me imagino un concierto de Ringo en el que repasa canciones como “Weight of the World”, “Goodnight Vienna”, “Easy For Me”, “Snookeroo”, “Never Without You”, “Don’t Go Where The Road Don’t Go”, “I Was Walkin’” o su versión a “Grow Old with Me”? Cómo no, sería ideal.
¿Me imagino a Ringo cantando, por fin, “Las Brisas” en un escenario mexicano con un mariachi real, aunque quién sabe qué es lo real en estos tiempos? Claro que lo hago.
Pero a la noche del 5 de junio de 2024 no le faltó absolutamente nada. Fue una gozada.
Ringo visitó la Ciudad de México, tal vez por última vez. Quién sabe. Pero al ritmo que va y que toca, todo puede suceder. Si Ringo Starr no se da el lujo de detenerse, ¿por qué habría de rendirse uno?
Al final, Ringo gritó, casi quedándose sin aire, “you are the best audience ever”. No haré un trabajo de detective rock para comprobar si es algo que le salió en el momento o algo dicho en queue. Qué importa. Nos lo dijo, nos lo gritó, por qué no habría de ser cierto. Es suficiente que fui parte de ese público que le encantó, que le hizo salirse de guion, que llenó un Auditorio Nacional para verlo a él, para cantar con él.
Si lo dice Ringo, yo se lo creo.
C/S.
And our friends are all aboard...